RELATOS DE JOSÉ MARÍA

NOSTALGIA DEL AGUA DE ERNESTO CABALLERO
Dirección: Jesús Ge Salgado
SALA ARAPILES 16. RESEÑA DE JOSE MARÍA GARRIDO
Dos personajes sin nombre y un violín. ¿Para qué más. Se bastan. Manuel Galiana y Marta Belaustegui, para extraer de este texto todo el sabor de una tarde poética sobre las tablas, a las que da vida  el violín de Natalia Fernández, que va mostrando las emociones que se entrelazan a lo largo de toda la obra. El silencio de él, en una realidad distorsionada, su soledad y sus recuerdos. Ella, el contrapunto, la locuacidad, las ganas de vivir, ese viento fresco que le arrastra hacia la otra orilla de la soledad. Porque, ¿Qué es el agua? Tal vez la vida, ¿Qué es la música? Tal vez el tiempo.  Y es que hay que devolver los peces a la vida antes de que acaben sucumbiendo. Se nos antoja ésta una espléndida obra intimista y simbolista, que nos incita, nos provoca para pensar, por eso no podemos perdérnosla.
LA ITALIANA
JOSÉ MARÍA GARRIDO
1 de marzo de 2017
En medio de un auditorio repleto de público, que la esperaba con impaciencia, entró en el escenario. Entre aplausos, sus miradas se cruzaron. Sin duda era un espejismo. Ella había vivido doscientos años antes. No podía estar allí, pero Fanny Cecilie Mendelssohn, la hermana de Félix, le devolvió una cálida sonrisa de complicidad. Sentada en el primer asiento de la quinta fila, parecía estar esperándola. Fue solo un instante, pero un instante mágico. Y se rompieron las correas que desde la infancia habían sujetado su brazo izquierdo para forzarla a comer, escribir y tocar con la mano derecha. Luego despareció.Ya podía soñar con las dos manos. Se había dicho que la conocida como “Sinfonía italiana”, era obra de su hermano, pero ambas, la autora y la intérprete, sabían la verdad. Era su obra, una obra genial y femenina. Félix nunca hubiera llegado a componerla. Con ella empezaba el concierto dirigido por Simón Rattle, nada menos que el director de la Filarmónica de Berlín. Su vida hasta entonces había sido una sinfonía en cuatro tiempos, entre fusas, silencios y metáforas. La obertura, la niñez atormentada, en forma de sonata breve para instrumentos de viento. La infancia vuela en un suspiro. Sólo queda un recuerdo luminoso.
Sobre el teclado sus dedos han dejado de prestar atención a la Orquesta. El tempo se dilata, se alarga como un drama, y siente el cosquilleo del brazo desatado ya del cuerpo, la mano izquierda libre y la fusa se confunde con la fuga. Los años en aquél colegio oscuro son las notas negras que se desgraman como un macabro desfile de recuerdos. Pero la derecha se defiende. La metáfora se vuelve tan real como el recuerdo, y mientras medio cuerpo soporta ese castigo, afloran el virtuosismo y la ira de la artista. Es el delirio, y el respirar del auditorio se detiene en una apoteosis de silencio largo entre corcheas, rotas por una prolongada ovación que suena como un trueno. El tercer movimiento, el ahora de la artista, es moderado, reflexivo y dulce. Se paladea la libertad del tacto. Del tacto íntegro. De tocar con las dos manos. La soledad ha muerto. Y mira a la quinta fila buscando complicidad, y sueña con el instante en que se rompan los relojes. Pero la magia la abandona. El primer asiento de aquella quinta fila que ella devora con los ojos, ahora está vacío. Comienza el cuarto movimiento a saltos de dolor. Tal vez la duda del futuro. El auditorio se queda atrás y sigue en el presente hasta el último compás. Es una fuga. Luego vuelve la tormenta. El auditorio en pleno se levanta, y ella saluda emocionada. Como propina les ofrece el Estudio Óp. 25, n.º 9 en Sol bemol mayor, en su versión para la mano izquierda, mientras busca entre el público a su pareja, a aquel tenor que nunca le fallaba. En la puerta del camerino, esperándola, para celebrar su éxito estaba el director de la Orquesta, que sabía de su zurdera.

LA PELÍCULA.  15-10-17
Todos sabemos que el hemisferio derecho del cerebro controla la parte izquierda del organismo. El quiasma es el órgano donde se produce el cruce de los nervios para ejercer este intercambio. La sala de cine es confortable. Con Adriana, suelo venir muchas veces a este cine. Es preciso mucha atención
-       ¿Cómo se titula la película?
-       “Una mujer fantástica” -, me dice Adriana sentada a mi derecha
La sala está llena a rebosar. Se apagan las luces, mi cerebro se pone a pleno rendimiento.
-       Como tú.
-       Si, pero yo no soy transexual.
A veces el cerebro se vuelve loco. Se coloca a mi izquierda una pareja. Marina, la protagonista, parece toda una mujer. Dicen que la esquizofrenia tiene variaciones. Yo no lo sé. Los asientos son cómodos. No quiero pensar en esa enfermedad. La película reclama mi atención. Adriana, a mi derecha, me coge la mano con ternura. Poco a poco, se vuelve complicada. No sé cómo un transexual puede querer a un hombre. Yo respondo como un hombre. ¿Soy un hombre? ¿Marina es realmente una mujer? Lo parece. Mi cerebro se rebela. Marina desde la pantalla, en un primer plano me mira fijamente. Mi cerebro me avisa. No sé qué siente un transexual, pero acaricio la mano de Adriana. Es una escena excitante. Pero termina mal. Mi cerebro me vuelve a avisar. Horacio sufre un infarto. Es mi mano izquierda. ¿Se ha roto mi quiasma? Calor tibio. Pienso en la otra mano. Miro a Adriana.
-       ¿Qué pasa?
-       Nada.
Más calor. Con su mano izquierda me acaricia intencionadamente, pero no me mira. En silencio pido socorro a mi cerebro, pero no me auxilia. No soy capaz de dar calor a las dos manos. Intento soltarme de la intrusa.
No puedo.
-       ¿Qué pasa?
-       Nada.
Las dos manos me sueltan. Respiro. Marina insiste en ir al funeral de Horacio. Otra vez el calor en una mano. Ya no sé cuál es la mano que me quema. Sudo como Horacio antes de morir. Ahora el calor es diferente, entra por las dos manos. Cierro los ojos. ¿Qué es la esquizofrenia? Me dejo llevar hasta los créditos. Se encienden las luces. Cesa el calor, sigo sudando. Se han ido.  Estamos solos en la sala. He cogido un resfriado del sudor.

En casa hay paracetamol.

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