Manuel Rodríguez Ibáñez

Mediterráneo.

Escenario de ambiciones milenarias,
de disputas entre pueblos ancestrales.
Fiel crisol de costumbres de abolengo,
de regímenes de alcurnia poderosa,
parecidos en el todo y en la nada.
Grandes razas que tras muchos mestizajes,
con el tiempo se sintieron casi iguales.
Sólo tú, mundo en ti diferenciado,
neolítico tribal del occidente,
diste a luz mil valores portentosos,
que formaron el sustrato de sus gentes.
Poso noble, embrión de la cultura,
del Egipto milenario, de la Grecia emprendedora,
desde Fenicia hasta Hispania, desde Cartago hasta Roma.
Judaísmo, cristianismo e islamismo,
compartieron sus creencias hermanadas.
Pueblos sabios que acuñaron
el sublime sentimiento de lo bello,
el trabajo como vía de existencia,
la aventura como meta de futuro.
El acervo común que les distingue,
como amantes del honor y de la estirpe,
de la hombría poderosa, del orgullo.
Satisfechos de su fama y su prestigio,
herederos de un riquísimo linaje,
centinelas de la vida soberana.
Aún perdura en sus venas esa impronta
que supieron inculcarles sus mayores,
para honrar la memoria de sus muertos

y preñar de entusiasmo sus hogares. 

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